La
misma motivación económica que presidió la creación de ciudades a lo largo del
Camino de Santiago durante los siglos XI y XII orientó la repoblación del
litoral cantábrico entre mediados del siglo XII y comienzos del XIII (García de
Cortázar, 1988: 166). El objetivo era repoblar y defender una zona marítima del
norte peninsular, incluidas las costas gallegas que pertenecían, al igual que
las asturianas, al reino de León mientras que la línea de costa que va desde
San Vicente de la Barquera hasta Fuenterrabía era de Castilla.
Alfonso
VIII de Castilla creó nuevas villas marineras a lo largo del litoral cantábrico
que hasta la segunda mitad del siglo XII había constituido un espacio marginal
dentro de los reinos de León, Castilla y Navarra (Arízaga, 1996: 71; Martínez
Martínez, 2006: 112), y de la que aquí sólo hablaremos de las que conocemos
como Cuatro Villas de la Costa:
Castro Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera, surgiendo
éstas sobre pequeñas aldeas ya existentes y dotadas de puertos naturales. A
esta decisión regia contribuyó la creciente importancia del litoral de la zona
debido a la desaparición del peligro normando, el aprendizaje de las técnicas
de navegación, los recursos que se obtenían gracias a la pesca marítima, el
desarrollo de la marina de guerra como elemento determinante en la empresa de
reconquista de Andalucía (aquí nos estamos refiriendo a la presencia de navíos
cántabros en el asedio fluvial que Sevilla sufrió antes de su rendición en el
año 1248 y a lo largo de la costa de Huelva y Cádiz destacando en esta última
la toma de Tarifa en 1292 y la de Algeciras en el año 1344), la actividad
mercantil de Castilla con el Atlántico Norte y las relaciones personales del
monarca, al estar casado con Leonor, hija de Enrique II de Inglaterra y titular
del ducado de Aquitania (García Guinea, 1985: 482; García de Cortázar, 1988:
166; Solórzano Telechea, 2002: 247 - 248).
Estas Cuatro Villas de la Costa , que abarcaban
todo el litoral de la actual provincia de Santander y que en el párrafo
anterior hemos citado cuáles son, surgieron como tales después de que Alfonso
VIII le otorgase un fuero o carta de poblamiento. El fuero recogía normas de
derecho político, administrativo, civil, penal y claúsulas que hacían
referencia a la vida económica y mercantil de dichas villas (Suárez Fernández et al., 1973: 133).
La
franja costera de Cantabria tiene una longitud de ciento quince kilómetros
cuadrados y se extiende desde las rías de Tina Menor y Tina Mayor, que en la
actualidad se encuentran dentro de la jurisdicción del Ayuntamiento de Val de
San Vicente, en la parte más occidental y siendo la segunda de ellas la
desembocadura del río Deva, hasta Ontón en la más oriental. Nos encontramos
ante una costa que es particularmente accidentada al ofrecernos una alternancia
de acantilados, estuarios, bahías como las de Santander y San Vicente de la Barquera , y playas
(Solórzano Telechea, 2002: 242) que la hacen especialmente atractiva. Toda esta
costa aquí descrita fue repartida entre las cuatro villas marineras, es decir,
Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera, que se
fundaron entre la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII reafirmando
así el objetivo de sus fundaciones (Fernández González, 2001: 156; Fernández
González, 2005: 287).
El 10
de marzo de 1163 se le concedió a la villa de Castro Urdiales (antigua colonia
romana de Flaviobriga) un fuero que
se basaba en el que en el año 1095 el rey Alfonso VI le había otorgado a los
pobladores de Logroño (García Guinea, 1985: 482 – 483; Solórzano Telechea,
2002: 254; Suárez Fernández et al.,
1973: 133).
El 11
de julio de 1187 el Concejo de Santander recibió el fuero de Sahagún, al que
copió en su totalidad, añadiendo algunas claúsulas específicas, como el amparo
de la navegación, por ser Santander puerto marítimo (conocido como Portus Victoriae Iuliobrigensum en época
romana) y, además, sus habitantes poseían una arraigada vocación pesquera
(Arízagam 1996: 72; Fernández González, 2001: 19 – 50; García Guinea, 1985: 482
– 484). Éstos se habían asentado en torno a la abadía de San Emeterio y
Celedonio y el castillo de San Felipe que servía tanto de defensa como de
atalaya al dominar la bahía de Santander (Suárez Fernández et al., 1973: 133). Además la carta foral le reconocía una
jurisdicción de tres leguas, es decir, quince kilómetros, pudiendo ser su
tierra roturada para el cultivo de viñas, huertos, prados y la construcción de
molinos y palomares (Solórzano Telechea, 2002: 253 – 257). Su jurisdicción
marítima se extendía desde el cabo de Punta Ballota hasta la ría de Galizano y
alcanzaba las diez leguas mar adentro (Fernández González, 2005: 287).
El 25
de enero de 1200 Alfonso VIII le otorgó el fuero de Castro Urdiales, inspirado
en el de Logroño, a los pobladores de Laredo y éste fue el punto de arranque
para el esplendor del que gozaría dicha villa marinera que surgió de un
asentamiento que había surgido con anterioridad en torno al monasterio de Santa
María del Puerto, su cementerio y sus manzanales que contó con una jurisdicción
de unos cien kilómetros cuadrados (Arízaga Bolumburu, 1998: 19; Fernández
González, 2001: 169; García Guinea, 1985: 482 – 483; Martínez Martínez, 2006:
111; Solórzano Telechea, 2002: 253 – 255; Suárez Fernández et al., 1973: 134). Laredo se encuentra en el extremo oriental de
la bahía de Santoña y en la actualidad es una bella población de ambiente
marinero y raíces medievales y que está ligada al mar y la pesca por tradición
desde sus orígenes.
El 3
de abril de 1210 Alfonso VIII le concedió a los pobladores de la villa de San
Vicente de la Barquera el fuero de San Sebastián con los privilegios que le
había otorgado a Santander para aquellas naves que arribasen a su puerto y para
aquellas mercancías que en ellas se transportasen (García Guinea, 1985: 482 –
483; Suárez Fernández et al., 1973:
134). Esta villa, que en la actualidad es una bella localidad pesquera se fundó
sobre un promontorio aislado por el mar y dos rías, y a finales del siglo XV,
su término poseía una extensión de dos leguas, lo que equivaldría a unos diez
kilómetros (Solórzano Telechea, 2002: 259).
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MOURE ROMANILLO, Alfonso y PÉREZ – BUSTAMANTE GONZÁLEZ, R. (1973): La Edad Media en Cantabria. Santander.
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