La
base económica de las villas costeras de Cantabria durante los siglos XIII y XV
fueron las distintas actividades marítimas: la pesca, la construcción naval y
los intercambios comerciales (García Guinea, 1985: 484; Ortiz Real y Pérez
Bustamante, 1986: 163). Por la importancia que estas actividades llegaron a
tener, se explica que García de Salazar cuando narra el origen de los
diferentes linajes de las villas de la costa, siempre los relacione con el mar,
y en este contexto también se entiende la exigencia de la limpieza de sangre de
los mareantes y navegantes de la cofradía de San Martín de Laredo (García
Guinea, 1985: 490).
La
pesca fue una actividad de gran trascendencia en la Edad Media de Cantabria
(García Guinea, 1985: 498). Desde
bastante antes del siglo XII los pescadores de Cantabria pescaban a menudo
sardina, merluza y ballena en aguas asturianas y gallegas (Fernández González,
2001: 396). La del besugo se hacía a cuatro o cinco leguas de la costa y se
realizaba entre los meses que van desde diciembre a febrero (Ortiz Real y Pérez
Bustamante, 1986: 163). Los pescadores, agrupados en cofradías de mareantes y
hombres de la mar, recorrían la costa del Cantábrico, accedían a pescar en
Bretaña, Francia e Irlanda, y los avances técnicos les permitieron llegar hasta
la isla de Terranova, que se convirtió en destino habitual, en el norte de
Canadá y junto a Groenlandia, en busca de bancos de bacalao, aprovechando la
temporada que transcurría entre abril y agosto, y de la pesca de la ballena
encontrándonos en el sello de Castro Urdiales escenas de esta actividad
(Fernández González, 2001: 396; Fernández González, 2005: 314; García Guinea,
1985: 496 - 498; Ortiz Real y Pérez Bustamante, 1986: 166). Los medios más
habituales y comunes para la conservación del pescado eran el salado, el
secado, el ahumado y el escabechado (García Guinea, 1985: 498).
Hasta
el siglo XV nos encontramos con una navegación de cabotaje, por lo que si se
perdía la línea de costa, sería difícil volver a encontrarla y hay que destacar
la gran importancia que los cabos tenían para un marinero medieval (Fernández
González, 2001: 156 – 157 y 397). Hay que tener en cuenta que la pesca fue la
principal actividad marítima que se desarrolló en el mar Cantábrico durante los
primeros siglos medievales y que ésta se llevaba a cabo en pequeñas
embarcaciones sin alejarse demasiado de la costa y que después fondeaban en la
playa (Fernández González, 2001: 357).
La
construcción naval era una actividad de gran arraigo en el litoral cántabro
donde la morfología costera permitía encontrar fáciles abrigos para establecer
un pequeño astillero. Las Cuatro Villas
de la Costa poseían abundante madera (castaño, haya, roble y ciprés) en sus
extensos bosques del litoral costero, hierro con numerosos yacimientos y
ferrerías en sus alrededores, alfolíes para el hierro en las villas de la costa
y mano de obra especializada en la dura convivencia diaria con la mar. La
técnica de construcción y la tipología de los navíos cántabros y vizcaínos se
insertaba dentro de la tradición del norte de Europa con un tipo de navío
monoxilo, de origen escandinavo, que era un tronco de árbol vaciado, de silueta
alargada y baja, que con el tiempo se transformó en una nave más redonda y
alta, de mayor capacidad (García de Cortázar, 1988: 146; García Guinea, 1985:
500).
Desde
el año 1396 se conoce ya la existencia de las Atarazanas de Santander que ya
estaban en ruinas a comienzos del siglo XIV y fueron un lugar destinado a la
construcción, reparación y custodia de las galeras y naos y también de
pertrechos e instrumentos necesarios para navegar al fondo de la ría de Becedo.
Su edificio principal constaba de cuatro naves que estaban formadas por arcos
de sillería de medio punto, cortados por otros tres arcos de las mismas
características formando así cuatro tramos en cada una de ellas, y apoyados en
pilares que se asentaban directamente sobre el agua de la ría (Fernández
González, 2001: 380 – 384; Fernández González, 2005: 313; García Guinea, 1985:
498 – 500).
El 4
de Mayo de 1296 surgió la Hermandad de las Marismas que fue una agrupación
de los distintos puertos del Cantábrico que se encontraban bajo la Corona de Castilla para,
mediante una acción conjunta, defender sus intereses, propiciar la actividad
comercial y protegiese de las agresiones que sufrían por parte de flamencos,
franceses e ingleses. Firmaron el acuerdo las villas de Santander, Laredo,
Castro Urdiales, Bermeo, Guetaria, San Sebastián, Fuenterrabía y Vitoria. Con
el paso del tiempo se sumaron otras muchas más villas que contasen con un
puerto de cierta importancia. Tuvo como sede de reunión la villa de Castro
Urdiales, que se convirtió por ello en la capital de la Hermandad de las Marismas y cuyo puerto durante
el siglo XV vio relegada su antigua hegemonía por el auge de los puertos
vizcaínos y guipuzcoanos. Aún así hubo a lo largo de toda la época medieval
frecuentes disputas entre los puertos de Santander, Laredo y Castro Urdiales,
por un lado, frente a los de Vizcaya y Guipúzcoa (Fernández González, 2001:
401; García Guinea, 1985: 492 – 493; Suárez Fernández et al., 1973: 136).
Un
puerto era el lugar que ofrecía abrigo a las embarcaciones e infraestructuras
para cargar y descargar mercancías. Al principio el puerto era sólo un pequeño
fondeadero situado al lado de la playa que estuviese resguardada de los fuertes
vientos o en una bahía. Las mejoras de estos puertos naturales empiezan al
colocar postes de piedra o de madera y después la construcción de pequeños
muelles convirtiéndose así en un puerto comercial que con el tiempo dejarán el
arenal y aumentarán de tamaño. No debemos olvidar que las técnicas medievales y
las condiciones orográficas y marítimas de la Costa
Cantábrica no permitían acometer allí grandes obras de
ingeniería (Fernández González, 2001: 357 – 361 y 407).
La
villa de Santander cuenta con el mejor y mayor puerto natural existente en toda
la Cornisa
Cantábrica gracias a sus excepcionales condiciones
geográficas. Se encuentra en la orilla norte de la bahía y ésta posee más de
veinte kilómetros cuadrados de extensión y, además, contaba con una entrada de
más de dos kilómetros de anchura que estaba orientada al nordeste. El puerto
ocupaba toda la costa que limitaba con la villa y con el Arrabal de la Mar , en cuya playa, situada al
sur de éste, encallarían, junto a la primera línea de casas, las embarcaciones
de poco calado (Fernández González, 2001: 367 – 368; Fernández González, 2005:
310 – 313).
Desde
época medieval el puerto de Santander ha sufrido reformas como la conversión en
muelles de las orilla de la ría de Becedo. En 1542 se pretendió adecuar la zona
de playa que se ubicaba delante del Arrabal de la Mar para convertirla en un
gran muelle que midiese más de seiscientos cincuenta metros y facilitar así que
grandes naves se acercasen a la costa y atracasen. A finales del siglo XIX
Santander contaba con un puerto que tenía más de dos kilómetros lineales de
muelles que contaban con un calado medio de entre cinco y diez metros y que
poseía una superficie total de depósito que rondaba los sesenta y cinco mil
metros cuadrados (Fernández González, 2001: 384 – 395).
La
villa de San Vicente de la
Barquera contó con dos muelles: uno situado a los pies del
castillo, en la ría del Peral donde se han hallado fragmentos de cerámica
correspondientes a época romana y medieval, y cuyas antiguas estructuras
todavía son visibles cuando baja la marea; y el otro estaba situado en el
arrabal de la Ribera
(Solórzano Telechea, 2002: 267).
Por
último, queremos resaltar la presencia de embarcaciones procedentes de
Santander en los puertos flamencos (Brujas, Brabante e Ipres), franceses
(Burdeos, La Rochela, Brest, Rouen…) e ingleses (Londres, Bristol, Southampton,
Boston, Hull, Ipswich, Winchester y Stawford) que es casi constante a lo largo
de todo el año aunque existe cierta preferencia por los meses de invierno
cuando se solían llevar productos de lujo procedentes tanto de Andalucía como
del reino de Granada. Estos viajes entre la costa sur de Inglaterra y la costa
norte de Castilla duraban entre siete y diez días dependiendo del tiempo y del
estado de la mar (Fernández González, 2001: 401 – 405; Fernández González,
2005: 316; Fossier, 1988: 370; Ladero Quesada, 1992: 780).
BIBLIOGRAFÍA
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MOURE ROMANILLO, Alfonso y PÉREZ – BUSTAMANTE GONZÁLEZ, R. (1973): La Edad Media en Cantabria. Santander.
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