A mis amigas del
colegio.
Sábado.
5 de la tarde. Acababa de dar por finalizada su jornada laboral y como cada
tarde de sábado se fue de compras al centro. Salió de Intimissimi con un par de bolsas y con la esperanza de que ese fin
de semana el conjunto de ropa interior que acababa de comprar no se lo
despojase uno de sus compañeros de piso, el mismo con el que acababa en la cama
todos los fines de semana tras una noche de juerga.
Nunca
pensó que con el paso de los años acabaría compartiendo piso con cuatros amigos
de la Erasmus en la misma ciudad
donde se habían conocido. Los cinco ya habían dejado atrás su etapa
universitaria y hacía ya algo más de un año que el trabajo los había vuelto a
reunir en la capital andaluza en unas condiciones que nos les permitían a
ninguno de ellos alquilarse, y menos aún comprarse, un piso para ellos solos.
Había sido ahora cuando la amistad de Amanda con sus compañeros de piso había
surgido, a pesar de que siempre mantuvo el contacto con ellos a través del Facebook y del Tuenti en aquellos años en los que cada uno de ellos estuvo en sus
respectivas ciudades.
Salió
de la ducha y se envolvió en la toalla. El pelo le chorreaba, se lo peinó y
cogió el secador. Cuando ya estaba totalmente seco, se fue a su habitación a
buscar la plancha y allí delante del espejo se lo alisó mientras escuchaba las
canciones de Guapa.
Paolo
vio, a través de la puerta entreabierta, como Amanda, en minifalda y sujetador,
se maquillaba. Al terminar guardó la sombra de ojos en el neceser que tenía
encima del escritorio junto al portátil y cogió primero el rímel, después el
colorete y, por último, el pintalabios.
Se
acababa de poner la camiseta cuando escuchó el sonido de llamada del Skype. Cogió el portátil del escritorio,
se tumbó en la cama y se puso el ordenador sobre sus muslos. Subió el volumen y
contestó. Era una amiga del colegio que la llamaba para informarle de que ya
sabía el día que se iba a casar y para que Amanda le confirmase si iría o no
acompañada a la boda. La respuesta fue un casi inaudible “sí” acompañado de una
tímida sonrisa y de la mirada de una enamorada.
Ir
juntos a esa boda sería admitir que su relación era mucho más seria que la que
tenían dos compañeros de piso que se acostaban juntos las noches de los
sábados. Amanda y Paolo justificaban dicho hecho con el estrés laboral
acumulado durante la semana y con la ingesta de alcohol. Sin embargo, tanto sus
compañeros de piso como sus amigos de Génova y Trieste, respectivamente, sabían
que lo que entre ellos había iba mucho más allá de una amistad donde había sexo
sin sentimientos, según las palabras insistentes de Paolo y Amanda. Nadie se
olvidaba de la complicidad que siempre existió entre los dos desde el momento
en que se conocieron y del flirteo que había habido entre ambos durante la Erasmus y también después por Internet.
Cogió
el bolso de Bimba y Lola que estaba
colgado del perchero mientras escuchaba 20
de enero de La Oreja de Van Gogh.
Guardó en su interior la cámara de fotos, el monedero, las llaves y la Blackberry. Por último, se puso los peep-toes azules que se había comprado
unos días antes en Mango.
La
noche empezaba en el Postura y
seguiría en alguna discoteca del centro o de la calle Betis. Esa noche tanto
Amanda como Paolo sólo esperaban acabar en la cama con algún desconocido. Sin
embargo, con el baile y los cubatas de Brugal
se volvió a repetir la misma historia de todos los sábados con la misma
consecuencia de un ya cotidiano despertar de domingo.
Todo
empezó una noche de principios de verano en la terraza del Alfonso y tras haber bebido unas capirinhas. Se encontraban bailando en medio de la pista cuando
acortaron tanto las distancias entre los dos que sus labios se rozaron y en
lugar de alejarse, profundizaron el beso. Apenas unos diez minutos después
estaban camino del piso y a punto de dar un paso tan decisivo en su relación de
amistad que ya nada volvería a ser lo mismo entre los dos.
Domingo.
10 y media de la mañana. Se despertó y se miró. Desnuda y sola. Estaba en su
cama y la ropa tirada por el suelo. Sonreía como una tonta enamorada.
Se
duchó y se hizo una cola de caballo. Se vistió con unos vaqueros y una camisa
de cuadros de Abercrombie and Fitch. Recogió la ropa y se dirigió a la cocina donde
la esperaban Paolo y el desayuno. Se dejó seducir por la mezcla del olor de
café recién hecho con el del pan recién tostado.
Paolo
la recibió con un beso de buenos días y con una sonrisa que fue correspondida.
Desayunaron café con leche, un par de tostadas con mermelada de fresa y un zumo
de naranja recién exprimido que ambos agradecían en una fría mañana de invierno.
Empezaban
así otro domingo más, igual a los anteriores. Era el único día de la semana que
se reservaban para los dos y para disfrutar el uno del otro. Se comportaban
como una pareja aunque ellos negaban que lo fuesen. No querían reconocer que
disfrutaban haciendo cosas juntos y que sus pensamientos estaban monopolizados
por esa otra persona. Habían estado tantos años deseando superar la frontera de
la distancia y anhelando que sus labios al menos se rozasen, que ahora que lo
habían logrado negaban todo lo que en su día se reconocieron a sí mismos que
sentían.
Sus
domingos se resumían en dar un paseo durante el cual compraban castañas asadas,
en comer en los 100 Montaditos,
tomarse un cappuccino en el Café de Indias y merendar un chocolate
con churros en la calle San Eloy."
Elena Velarde
27 - 30 septiembre 2011
Recuerdo que cuando me pasaste este relato pensé que tu forma de narrar se había pulido mucho en comparación con tus antiguas historias.
ResponderEliminarAhora que lo vuelvo a leer, se me vienen a la mente diferentes escenas de novelas juveniles :) Pienso que deberías continuar este relato porque el final quedó demasiado abierto.
Un beso
@Bramar Quizás lo continúe y lo corrija pero no puedo asegurarte nada. Es verdad el final queda bastante abierto pero es que cuando la escribí no quería que los protagonistas aceptasen lo que es un hecho. Es más bien un relato para reflexionar sobre lo cotidiano y lo que cuesta reconocer los sentimientos aunque sean muy evidentes. ;-)
ResponderEliminarTe reto a que la continues situada unos 10 años despues, con hijos y presiones cotidianas.
ResponderEliminarSi la historia sigue hermosa como la contas, aplico el patch a mi vida. :)
@dani Curioso reto. Lo tendré en cuenta aunque no sé si sabré reflejarlo bien. ;-)
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